Sus portadores conquistan tierras extranjeras, seguros de su superioridad sobre sus habitantes. El sentimiento de esta supremacía, el orgullo imperial, que desemboca en la creencia en una misión global para rehacer el mundo entero a su manera, inspira a los constructores de imperios.
El imperialismo ruso es diferente. Porque se trata de conquistar no sólo los territorios, sino también a las personas que los habitan. “Estamos tomando vuestras tierras, no porque seamos más fuertes, más civilizados o vivamos mejor, sino porque vosotros sois nosotros, lo que significa que vuestras tierras siempre han sido nuestras”.
El hecho de que uno de los conquistados pase a formar parte de la élite imperial, se una a su expansión, no es una negación del imperialismo ruso, sino de su esencia..
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Porque todos estos imberbes nunca fueron diferentes, siempre fueron como “nosotros”, sólo que por las intrigas de alguien se olvidaron de ello. Otros, no tan talentosos, pueden y deben unirse a este “nosotros”, aunque no en la cima, sino simplemente en masa, grande, terrible. Pero aun así podrán sentir el poder de pertenecer a algo formidable.
“Ser como nosotros, sentir la satisfacción de ser temido en el mundo”: esto es lo que tienta el imperio conquistado. “¡Vuélvete fuerte y formidable otra vez!”.
Por tanto, el imperialismo ruso no es una conquista, sino un retorno. Por eso es tan importante para él apelar al pasado, que tiene que explicar: “Siempre hemos estado aquí y siempre estaremos aquí”.
Sobre el autor. Volodymyr Vyatrovych, historiador, diputado popular de Ucrania.
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Fuente: espreso.tv
